Usos de la improvisación
por Román Podolsky, febrero 2014
En el trabajo de dramaturgia a partir de los dichos del actor, la improvisación se utiliza para buscar textos, para que el actor hable y algo del orden de lo inesperado se manifieste en lo que dice.
En este sentido, no es importante establecer una situación de antemano; no importan las circunstancias dadas, ni se plantean objetivos, ni conflictos ni acciones a desarrollar.
Basta que el
actor se siente frente a nosotros y hable, o que se quede parado y hable, o que se ocupe en algo que mantenga despierta
su atención… pero hable. Lo que importa
es su palabra, lo que dice y especialmente en lo que dice, aquello que no
esperaba decir.
Todo el
andamiaje que en nuestros años de estudiantes debíamos construir previamente a
la improvisación para sostenerla, es aquí
tenido como una convención innecesaria, un obstáculo que impide el surgimiento
de la palabra inesperada, convocando en su lugar un uso comunicativo del
lenguaje, un uso de la palabra en función representativa, representante de los
acuerdos interpersonales previamente establecidos.
Cuando le
pedimos a un actor que hable, no le pedimos que desarrolle una situación, que
se haga cargo de un relato, ni que cumpla una convención. Que el actor hable es
que se deje llevar por lo que dicen sus palabras. Es la posibilidad de que
surja lo imprevisto. Y lo imprevisto, por principio, desconoce al otro, a los
acuerdos con el otro y a la comunicación. Lo imprevisto está más en relación
con uno que con el otro.
Y como el acento
está puesto en el surgimiento de la palabra inesperada, en esta instancia no
nos interesa la continuidad de la acción, porque esa palabra por principio,
viene a romper la lógica que el actor, al comando de su expresión, pretende hacer
valer en nombre de dicha continuidad.
La palabra
imprevista es discontinua, excede la lógica que organiza al yo y que éste
intenta reproducir en sus palabras y sus acciones. Cualquier propuesta de
improvisación que procure desplegar una continuidad orgánica –ya sea en la
situación, en el “hilo” del relato, en la consistencia de las circunstancias,
en la coherencia de los personajes y en su identidad- no nos resulta
conveniente en este caso.
Por el
contrario, la improvisación está allí para incomodar la continuidad del
pensamiento y de la acción, para fracturar el desarrollo orgánico de la palabra
y el relato, para poner en cuestión las certezas que surgen a medida que la
representación de lo conocido se manifiesta.
Es una
lógica del fragmento y no de la totalidad. Es una perspectiva de la
incertidumbre y no de la certeza. Es el rescate de una palabra que proviene de
los márgenes, incapaz de seguir al yo en sus veleidades de dominio, una palabra
suelta, que al ser registrada queda desligada de su contexto de origen y de la
biografía de su emisor.
En la
instancia siguiente, cuando nos abocamos a la articulación de estas palabras en
forma de textos, se abre una nueva forma de usar la improvisación. Es la
improvisación que viene a poner a prueba dicha articulación efectuada en el
texto. Es una apuesta al funcionamiento, el intento de recuperar un cierto
nivel de organicidad, construida con la intención de superar las falsamente
naturales construcciones del sentido común.
Lo
destacable es que en esta etapa tampoco
importan demasiado las virtudes interpretativas de los actores, no interesan
sus capacidades personales ni su ingenio para improvisar. Porque lo que se está
probando en la improvisación es otra cosa, es la articulación de los textos que
antes habían surgido de forma inesperada, es la prueba de su teatralidad en la
escena.
El actor, su
arte, su capacidad interpretativa, empezarán a importar más adelante, cuando el
texto quede finalmente establecido, cuando llegue la hora de la repetición, del
arte de hacerlo de nuevo haciendo lo nuevo, eso para lo cual el actor, está
llamado a ser y a hacer.
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