domingo, 22 de junio de 2014

Destino de lector

Por Román Podolsky
Ushuaia- Junio 2014


Siempre estoy leyendo. Desde que a los seis años mi padre me regaló “Robinson Crusoe”, de Daniel Defoe y “Corazón”, de Edmundo D´Amicis, ambos de la vieja colección de tapas amarillas “Robin Hood”, que a lo largo de mi infancia fue colmando mi biblioteca.

Y desde entonces, como si mi padre me hubiera marcado con ese gesto un destino, no dejé de leer. Soy de los que andan todo el tiempo con un libro en la mano, soy de acumularlos en la biblioteca y sobre el escritorio o la mesa de luz, soy de los que leen varios al mismo tiempo, de los que los llevan a pasear cuando salgo, por si tengo que hacer tiempo en un café, o para hacer más ameno el viaje en subte o en colectivo… Siempre con libros.

Siempre amé las librerías.  Visitarlas era un paseo obligado en mi adolescencia y en mis años de estudiante en la universidad y también después. Me pasaba horas vagando por la avenida Corrientes, de librería en librería, primero parado ante las vidrieras, contemplando ávidamente las novedades ofrecidas y luego en sus salones siempre atestados de tesoros que pasaban a ocupar un lugar en mi lista imaginaria de compras por venir. Paseaba sin orden, y sin tiempo, yendo de la ficción al ensayo, del ensayo a la filosofía, al teatro, la poesía, la psicología, y de vuelta a la ficción.

Paseos entre libros. Paseos propiciados por los libros. Paseos para encontrar el libro buscado y perderse en el paseo hasta que un libro inesperado llegara al rescate y me llevara con él, para que lo siguiera.

En estos años en los que mi práctica teatral se ha incrementado hasta volverse mi profesión, la lectura me permite pensar lo que hago y me ayuda cuando escribo sobre ella.

Las lecturas son andamios en los que me sostengo y busco elevar mi práctica, intento conceptualizarla. Son espejos en los que ella se observa, incisivos bisturíes a los que su cuerpo expectante se ofrece para la disección.

Apoyado en las lecturas escribo sobre lo que hago en las clases y en los ensayos. Me dan la esperanza de que algo pueda establecerse en un terreno frecuentemente resbaloso e inasible. Los escritos emergentes son la huella de esos intentos de comprensión: certezas efímeras, tan entrañables como pasajeras.

En estos días leo “La conversación infinita”, de Maurice Blanchot. Una lectura que nunca se deja atrapar del todo. Sus palabras son siempre sugerentes, en el sentido de ocultar mucho más de lo que expresan. Parecieran estar allí escritas para anunciar lo que no puede ni jamás podrá escribirse.
Encuentro en este libro una referencia al pensamiento del místico judío Isaac Luria, a propósito de la relación entre la creación y la ausencia de Dios, o mejor dicho, de su renuncia, de su retirada, que la hace posible.

Dice Blanchot:

En efecto, fue Isaac Luria quien , al interpretar una idea de la antigua Cábala, (el Tsimtsum), reconoció en la creación un acto de abandono de parte de Dios. Idea importante. Dios al crear el mundo, no pone algo más, sino en primer lugar algo menos. El Ser infinito es necesariamente todo. Para que el mundo sea, es necesario que, cesando de ser todo, le haga sitio, por un movimiento de retroceso, de retirada, y “abandonando algo así como una región en el interior de él mismo, una especie de espacio místico”. En otros términos, el problema esencial de la creación es el problema de la nada. No de cómo algo es creado a partir de nada, sino de cómo nada es creado, con el fin de que a partir de nada, haya lugar para algo. Es preciso que (no) haya nada: que nada sea, he aquí el verdadero secreto y el misterio inicial, un misterio que comienza dolorosamente en Dios mismo; -por un sacrificio, una retracción y una limitación, una misteriosa aceptación de alejarse del todo que es,  y borrarse, ausentarse para no decir desaparecer” (1)

Lo que me sucede al leer este párrafo es un ejemplo de cómo trabajan las lecturas en mi interior: el párrafo me conmueve al recordarme lo que se pone en juego al momento de la creación de esos mundos pequeños que son las obras de teatro que hacemos.

Veamos. Lo que Blanchot nos ofrece en las palabras de Luria podría interpretarse –yo elijo hacerlo- como una indicación para todo creador: seguir el movimiento de la voluntad divina en su renuncia, en su abandono, espejar nuestro trabajo en ese acontecimiento, pues crear sería ante todo ausentarse, dar lugar a la nada, hacer la nada en ese acto de retroceso de sí, para que allí, en ese lugar vacío, ocurra lo nuevo, la creación, lo inesperado.

Es una indicación poderosa, que irradia su fuerza hasta los confines de nuestro territorio creativo. Para los actores, que deben lidiar con el lastre de sus propios cuerpos y los ingenios y las torpezas de sus personalidades ante la perspectiva de vaciarse para que surja el verdadero acto creativo.

Y para los directores, que ante esta demanda de renuncia, se enfrentan a unas condiciones de producción  y una tradición que esperan de ellos una presencia entendida como saturación y clausura del vacío.

Propiciar la producción de nada es desde esta perspectiva una tarea permanente: en tanto implica que el director sostenga esta actitud de abandono, esta voluntad de “hacer lugar” en todo momento,  ofrendando su renuncia para que surja la obra y para que ella sea el testimonio de un vacío que permanece, en su mismísima presencia.

¿Cómo ocurre que estas reflexiones, estos intentos de articulación puedan volverse operativos para el trabajo? No parece algo sencillo ni de traducción inmediata. Tal vez sea ése otro paseo. Por lo pronto me contento con la afirmación de una perspectiva, un desde dónde mirar y ver el trabajo., un modo de leerlo y articularlo.

Así, la lectura convoca al paseo imaginario donde se establecen relaciones entre conceptos o entre conceptos y experiencias. Este paseo escribe una experiencia dejando las huellas de su recorrido en un escrito como éste. Y más tarde o más temprano la lectura volverá para interrogar dicho registro, iniciando un nuevo paseo en el que el ciclo vuelve a comenzar.


NOTAS:

(1) Blanchot, Maurice: La conversación infinita. Editorial Arena Libros. Madrid, 2008.