sábado, 19 de febrero de 2011

Escuchar la escena
Por Román Podolsky
Febrero 2011

Nuevas reflexiones a partir del seminario que estoy dictando en Timbre 4.

Todo el trabajo parte del principio de dejar que el lenguaje hable en nosotros con el objetivo de ir más allá de la voluntad de decir.
En todas las instancias del proceso creativo se trata de no imponer un sentido sino de dejar que los sentidos se vayan produciendo por sí mismos, a través de nosotros, de lo que decimos y lo que hacemos.

Uno de los efectos de regirnos por este principio es que se instala en relación al trabajo un estado de inocencia e ignorancia. En el comienzo no sabemos. Y si no sabemos hay un vacío. Y ese vacío que insiste más allá de nuestros dichos debe mantenerse, no obturarse.

Así como nuestra escucha se dirige al comienzo del trabajo hacia aquellas palabras que abren sentidos nuevos más allá de lo que el discurso pretende comunicar, debemos mantener esa escucha al momento en que probamos las escena surgidas de la articulación de aquellas palabras.

Los bocetos de escenas, articulaciones provisorias, también hablan más allá de lo que hicimos con ellas. Por lo tanto, es fundamental escucharlas antes de imponerles una particular puesta en escena que les determine un sentido y fije la actuación.

El autor de la escena o su director -o ambos- deben escuchar a través de las voces y los cuerpos de los actores lo que las palabras articuladas de un modo singular vienen ahora a decir. Y desde allí -sólo desde allí- surgirá la puesta en escena con las consiguientes indicaciones para la actuación, la delimitación del espacio y del tiempo.

Siempre hay que escuchar. Escuchar abre un vacío.
Instala un campo donde la palabra se abre.
La palabra abierta es lo más interesante -a mi juicio- que el teatro tiene para ofrecer.
Mucho más que mil ideas ingeniosas.
Mucho más -nuevamente- que la voluntad de hacerlas decir.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Tres palabras
Por Román Podolsky
Febrero 2011

Del seminario de verano que estoy dando actualmente en Timbre 4 surgen las siguientes reflexiones.

En la relación que establecemos con la palabra en nuestro trabajo creativo pueden distinguirse tres momentos.

El primero es el momento de la palabra confiada. Aquí el que habla cree en lo que dice, está identificado con sus dichos. ¿En qué se apoya esta credulidad? En la suposición de que al hablar se dominan las palabras. O en otros términos, que el sentido está fijo en ellas, obedeciendo a los designios de lo que nuestra voluntad pretendió significar.

El segundo momento es el de la palabra advertida. ¿Advertida de qué? De que el sentido fuga. De que en el decir el sentido no es una sustancia fija y unilateral. Entonces: la palabra advertida me habla y me constituye más allá de mis fantasías de dominio. La palabra advertida avanza hacia la multiplicidad de sentidos, los admite a todos.

Así como la palabra confiada es constante, a palabra advertida es contingente. De una podemos calcular su aparición y sus efectos. De la otra no sabemos nada.

Y si bien nada sabemos de ella, ocurre la paradoja de que ella si sabe de nosotros. Por eso hay que escucharla. Porque atraviesa la certidumbre, la constancia, la inmovilidad y se transforma en una oportunidad de conectar con lo que hay de más singular en cada uno de nosotros.

Hay todavía una tercera clase de palabras. Son las palabras que ya no dicen nada en sí mismas., que no tienen nada para decir. So las palabras mudas.
Aparecen sobre el final el trabajo creativo, articuladas en una obra, vencedoras de mil batallas dialécticas. Son las palabras que han atravesado todos los sentidos posibles con las que fueron asociadas y por lo tanto ya no nos hacen hablar. Quedan simplemente como huellas mudas (en la obra, en el texto) de lo que pasó y lo que se dijo. Ofrecidas ahora al otro para hacerlo hablar.