viernes, 26 de diciembre de 2008


Lo que es digno de escuchar


Cuando las personas nos hablan sobre otros suelen aburrirnos.
Cuando nos hablan de ellas mismas casi siempre son interesantes.
Oscar Wilde


Conciencia

En marzo de 2004 la actriz Carolina Tejeda me propuso que la dirigiera en un unipersonal basado en la destrucción del sistema ferroviario en la Argentina y las consecuencias que este hecho trajo sobre innumerables pueblos y ciudades del país.

Por esos días yo había escrito un texto cuya versión final era notablemente menos interesante que sus versiones parciales. El excesivo afán de ordenamiento había dado como resultado justamente eso: un texto ordenado pero irremediablemente muerto. Entre otros problemas, se había perdido el lenguaje propio de los personajes. Ni sus dichos ni sus acciones revelaban ahora nada que no fuera cumplir con resignación los designios de una voluntad externa, que los mantenía firmemente sometidos. Esa voluntad externa, por si hay que aclararlo, era la mía.

El cuchicheo temeroso de mi conciencia, me impedía escuchar las voces de mis personajes. Yo los interrumpía a cada momento para indicarles lo que ella me dictaba que debían hacer o decir. Con los oídos solo dispuestos a lo que ya sabía que iba a escuchar, estaba sordo a la novedad.

Cuando Carolina Tejeda terminó de contarme su proyecto, guardé en el cajón aquel texto y me lancé entusiasmado a trabajar con ella, intuyendo una oportunidad de encarar más libremente el trabajo creativo.

Ya en los primeros ensayos comprobé que me resultaba muy atractivo escuchar sus historias de vías desiertas y personajes perdidos y que mi conciencia también disfrutaba, sin exigirme ordenamientos, razones ni estructuras previamente establecidas.

Empecé a vislumbrar una nueva forma de trabajar que hacía más tolerables la incertidumbre y el vacío del proceso creativo y me resguardaba de intervenir sobre él apresuradamente, como reacción a la ansiedad o el miedo.

Se estaba produciendo el nacimiento de una técnica que le abría una puerta a mi conciencia, para que en lugar de observarlo todo desde afuera, gozara desde adentro del proceso. Indudablemente esto redundó en beneficio de la frescura y la vitalidad del espectáculo Harina, que se creó a partir de esa experiencia.


Escucha

La técnica de la que aquí voy dando testimonio me ha permitido dejar de escuchar exageradamente a mi conciencia y comenzar a disfrutar escuchando a las personas. La técnica hizo de ese gusto un aspecto fundamental de mi trabajo creativo.

Efectivamente, me gusta escuchar las historias de las personas, ir descubriendo las palabras que retornan en sus dichos y que van recortando un modo propio de percibir el mundo y posicionarse en él.

Las historias que contamos a los demás, las que nos contamos a nosotros mismos, son nuestras ficciones, en el sentido de ser construcciones acerca de lo que somos, de lo que nos pasa, de lo que queremos... En fin, construcciones que buscan acotar el infinito insondable reduciéndolo a un puñado de sentidos orientadores.

En mi trabajo con los actores voy separando esas historias de los cuerpos y de las voces que las portan, objetivándolas, extrañándolas, para luego retornarlas a esos cuerpos y a esas voces de un modo renovado. Es una suerte de edición hecha de los fragmentos de sus historias y que articuladas conforman una nueva ficción.

En los comienzos del trabajo con Carolina Tejeda, estas premisas aún no estaban lo suficientemente elaboradas. En esos momentos simplemente le pedía que trajera a los ensayos pequeñas historias, anécdotas que había vivido, escuchado o leído sobre el tema elegido. Y mientras ella narraba, yo escuchaba intentando abrir nuevos sentidos, procurando ir más allá de la dimensión argumental y no dejándome atrapar por un sentido unilateral y prematuro.

Entonces nos lanzamos a las palabras, a jugar con ellas, a explorar su teatralidad, su potencial para producir situaciones, imágenes y acciones. Escribimos los resultados de esas búsquedas en forma de pequeños textos y los volvimos a probar como si hubieran sido los textos de otro, desconocidos para nosotros. Y así, los textos que habían surgido de Carolina o que yo había aportado, retornaban extrañados, diferentes, reelaborados.

Por otra parte, la escucha no se limitaba a las palabras. Era también escucha del silencio, de su poder expresivo y evocador. Los textos ganaban en hondura y sugerencia cuando lográbamos escuchar el silencio sobre el cual ellos resonaban.

(Escuchar no es solo una cuestión de oreja. Es la forma de nombrar una actitud de disponibilidad ante el trabajo. Escuchar es un estado de apertura a lo desconocido. Es convocar un vacío. Es lo contrario de prestarle oídos a la conciencia. Escuchar es no saber y esperar en el desconcierto. No es forzar ni manipular lo que está por venir. Escuchar es el silencio y son las palabras. Escuchar es el principio y el punto de llegada. No es una cuestión de oreja ni de boca cerrada. Aunque eso siempre es mejor que nada).


Harina se armó y se desarmó varias veces hasta que por fin alcanzó su forma definitiva, por voluntad propia. El trabajo de dramaturgia y el de puesta en escena quedaron integrados como dos dimensiones de un único y mismo proceso creativo del que surgió una nueva ficción compuesta de pequeñas ficciones separadas de su referente original.

Harina llegó a ser finalmente lo que una y otra vez escuchamos en los ensayos hasta convencernos de que había llegado el momento de que lo escucharan los demás.


Técnica

Como se dijo más arriba, una técnica cuando es eficaz tiene la virtud de asimilar los obstáculos poniéndolos a favor. En mi caso, una escucha imposibilitada por el murmullo de la conciencia devino escucha de las historias de las personas, y me permitió producir ficciones a partir de ellas. Por cierto, esto no ocurrió de un día para el otro y ni siquiera se produjo de forma conciente. Sin embargo, los efectos de que algo comenzaba a funcionar en forma correcta se percibieron velozmente.

Pero más allá del beneficio personal que tiene esta cuestión, ¿qué entiendo por una técnica en el marco del proceso creativo? Una técnica es un conjunto de procedimientos que se recorren con la esperanza de que tarde o temprano el trayecto sea interrumpido por la emergencia de lo desconocido. Una técnica es una apuesta a que surja lo desconocido de no se sabe dónde, ni cómo, ni cuándo. Una técnica se vale de lo conocido para afirmarse en lo desconocido.

En el trabajo que hago con los actores, sus historias son lo conocido. Pero al mismo tiempo son la fuente de lo desconocido. Lo desconocido es lo que la historia relatada oculta al mismo tiempo que revela. ¿Dónde anida lo desconocido? Generalmente en los bordes de lo que se dice, en los límites de la intención del que habla, en el equívoco, el chiste o el exabrupto. Por lo tanto, lo desconocido lo es primeramente para el que cuenta la historia. El narrador es el primer sorprendido por aquello inesperado que se ha colado en su discurso, habitualmente compuesto (sobretodo en los comienzos del trabajo) de lo que se cree que se debe decir y de cómo decirlo, de lo que se ha aprendido, de lo que se cree que se espera de sus palabras… En suma, de las convenciones que, como máscaras, regulan nuestra existencia. En oposición, lo desconocido es lo que las máscaras ocultan. Las pequeñas y sordas rebeliones, los gustos más secretos, la manera particular de responder a las leyes. Eso es lo desconocido y a la vez lo más propio de cada uno. Y lo más interesante.

Cuando en diciembre de 2005 empecé a pensar en Guardavidas lo único que sabía más allá de unas vagas ideas sobre el tema y los personajes era que iba a poner a prueba –bajo nuevas circunstancias- la forma de trabajar que había extraído del proceso de creación de Harina.

Siguiendo el mismo procedimiento que en aquella obra, les pedí a los actores Nacho Vavassori y Elvira Massa que me contaran aquellas historias de su experiencia personal que ellos consideraran pertinentes respecto del tema en cuestión. Al mismo tiempo, a través de ejercicios y propuestas, los incité a dejarse sorprender por las palabras, permitiendo que éstas se vincularan por sí mismas, que jugaran entre ellas, más allá de la voluntad de decir.

Tomaba nota de lo que iban diciendo y después lo leíamos juntos, sorprendiéndonos de lo que había sido escuchado en sus dichos. En esas lecturas buscábamos identificar aquellas palabras que habían agrietado las máscaras, y que nos invitaban a recorrer un camino infinitamente más seductor, más allá de ellas.

El trabajo de puesta en escena se iba realizando a partir de la interrogación de esas palabras, de las emociones que traían asociadas y de los gestos que les daban carnadura. Puesta en escena y dramaturgia se escribían complementariamente, compartiendo el objetivo de atravesar las máscaras del discurso conocido, conciente y convencional, para convocar lo inesperado.

Así, en una larga ceremonia que duró más de un año de ensayos, construimos con las huellas de ese viaje una nueva máscara llamada Guardavidas. Una nueva historia que nos permitió contar la propia como si fuera la de otro.


Hablar de sí

El trabajo con los actores continúa. Serán nuevas oportunidades para seguir experimentando una técnica que, guiada por la escucha, integra dramaturgia y dirección.

Pero más allá de los espectáculos venidos o por venir, va quedando un aprendizaje sobre lo que hace que las cosas funcionen y lo que se les opone como obstáculo en la creación.

Oscar Wilde decía que cuando las personas hablan de si mismas casi siempre son interesantes. Compartimos esa afirmación a condición de que en ese hablar de sí –en el hablar en general- haya una disponibilidad para dejarse sorprender por lo inesperado en lo que se dice. En eso inesperado que de pronto irrumpe en el discurso de las máscaras y las agrieta está lo más genuino de cada uno. Eso es realmente hablar de sí. Eso es lo verdaderamente interesante. Y digno de escuchar.


Román Podolsky
Septiembre de 2008