viernes, 30 de abril de 2010

Reírse del yo
Abril de 2010


Habitualmente, en nuestra vida cotidiana utilizamos las palabras para comunicarnos. Organizadas en torno a una intención de decir, éstas se van articulando al punto tal que nos permiten sostener la ilusión de que lo que queremos decir es efectivamente entendido por el que escucha, sin pérdida ni modificación del sentido.

El yo es el sujeto de esta intención de decir y el uso que hace del lenguaje lo lleva a identificarse con las palabras que enuncia. No hay distancia entre lo que el yo dice y lo que es y por lo tanto al hablar se reconoce a sí mismo en sus dichos. O sea: el yo está siempre en busca del reconocimiento y se vale del lenguaje para procurárselo. La relación que el yo tiene con el lenguaje es entonces de identificación.

Como si el “entrelíneas” de cada frase enunciada fuera: “el que habla soy yo, me reconozco en esto que digo más allá de lo que digo, reconocéme vos, soy yo”.

En tanto “yoes constituidos”, todos nosotros hacemos a diario la experiencia de buscar que nuestras palabras digan lo que efectivamente queremos decir. Con ese objetivo las manejamos y en esa operación quedamos identificados a ellas. La ilusión que sostiene esta voluntad es la de que los significados permanecerán fijos e inmutables más allá de los intercambios y los malentendidos. Y así nuestra identidad quedará preservada.

Estamos en la dimensión comunicativa del lenguaje, donde el yo tiene su sede, donde la gente cree que se entiende entre sí y construye la realidad en base a esos supuestos entendimientos.

La propuesta del seminario “Palabras planas, palabras plenas” es abrir un vínculo con el lenguaje que no esté mediatizado por el yo, al menos en una primera instancia o como única medida.

Esto significa permitir, por medio de distintos ejercicios, que las palabras que han surgido de un actor en la improvisación y fueron registradas por sus compañeros vayan deshaciéndose del lastre del origen del que provienen, perdiendo así su identificación tanto con el emisor como con las condiciones en las que fueron emitidas.

A través de nuevas articulaciones, las palabras dichas en un contexto cobran nuevas significaciones por el solo hecho de volverlas a decir en un contexto diferente. Las palabras que se registran en el cuaderno son las huellas que quedan luego de que la voluntad particular del actor ha intentado decir algo. Pero esas huellas, ya liberadas de su identificación a la narración original, comienzan a querer decir otra cosa en la medida en que producimos nuevas articulaciones con ellas, en las escenas y las situaciones teatrales que vamos creando.

Poniendo en claro: en este seminario lo que cuenta son las palabras y cómo las usa cada uno, más allá de lo que dichas palabras intenten comunicar en un ejercicio de improvisación. Importan las palabras en sí mismas, más allá de la significación original contenida en el relato que las hizo surgir.

Cuando en la etapa siguiente del trabajo, el actor que había ofrecido sus palabras escucha que éstas forman parte de una nueva escena creada por otros -¡o incluso por sí mismo!- hace la experiencia de la desidentificación con respecto a ellas. ¡Es que son las mismas y sin embargo suenan tan distinto!

Pero aún se puede escuchar algo más: el sonido de una risa fresca y espontánea, que celebra el desconcierto del yo, siempre tan aferrado a su ilusión de control.